








A las cuatro de la tarde la marea está más baja; en un día de invierno los rayos de sol, oblicuos, alcanzan a entibiar la superficie lisa y dura que dejaron en la playa las olas de la pleamar; así, sobre ese manto firme se forma una fina capa de arena seca que se mezcla con otros granitos que llegan arrastrados desde las dunas cercanas por el viento. Palitos, hojas, plumas de aves marinas, dejan por momentos su estado inanimado para salir de paseo, rodar, girar y dibujar su rastro en esa arena seca, cuando alguna ráfaga de viento las toma por sorpresa en la playa de Curiñanco.